7/10/10

Librería Bau (del aire); historia III

 BREVE CATÁLOGO ILUSTRADO DE LIBROS PERDIDOS -HISTORIAS CONTADAS POR EL BIBLIÓFILO HANS STAUFFENBERG EN SUS VISITAS A LA LIBRERÍA BAU (DEL AIRE) EN LOS PRIMEROS AÑOS DEL SIGLO XXI-

Debo confesar que la presencia del señor Stauffenberg en mi librería me provoca una repulsión que nunca antes había sentido por otro ser vivo.
   En realidad, aun hoy, tras ocho meses de verlo asomarse entre los libros de la vidriera al menos dos veces por mes, no puedo reprimir un gesto de desprecio ante sus ojos de reptil con cataratas, ante las serpientes labradas en su bastón, ante la lujuria con que, al entrar, su cuerpo envolverá los viejos ejemplares en busca de esas señas que los hacen únicos.
   Hay noches en que lo sueño en su biblioteca, sudando azufre y riéndose de mi ignorancia, acariciando un volumen codiciado por todos los bibliófilos del mundo y adquirido aquí, en mi librería, a precio de oferta. Pero lo soporto. Apenas me dedica su entrecortado “Buenas tardes” escondo la verdad detrás de una máscara de fría cortesía y, a veces, hasta le sonrío.
Porque cuando el señor Staunfferberg llega con ganas de hablar, deja en mi recuerdo historias como esta:

Una mañana de 1835, el corsario al servicio de la República de Río Grande, Giussepe Garibaldi, desembarcó en un paraje inhóspito de la que hoy conocemos como la costa uruguaya con la intención de comprar un buey con el que alimentar a sus marinos.
Cuenta Garibaldi en sus memorias que se alejó bastante de la costa y que penetró en un bosque oscuro en el que se encontró con una mujer hermosa a la que en un principio confundió con un hada. Después de presentarse, sin dejar de admirar la belleza de la dama, el corsario, con cierto pudor, le dijo lo que estaba buscando. Ella lo invitó a su casa para que allí esperasen a su marido, quien seguramente no tendría reparos en satisfacer su demanda.
El corsario nos dice que la mujer comenzó a hacerle preguntas sobre Europa, mezclando en su castellano perfectas frases en italiano que lo sorprendieron, pero que más lo sorprendió que ella recitara a Dante y Petrarca con unos matices tan peninsulares que lo emocionaron hasta lagrimear.
No cuenta Garibaldi lo que sucedió entre el fin del repertorio y la llegada del esposo de la dama. Si se sabe que el hombre le vendió el buey al corsario, que un peón lo descuartizó y que lo enviaron rápidamente al barco. En la despedida, la mujer le obsequió a Garibaldi una primera edición, año 1620, del Diccionario de la Lengua Italiana realizado por la Academia della Crusca, el primer diccionario de una sola lengua de la historia.
En el año de 1857, el incomparable Alejandro Dumas recibe como legado aquel diccionario. En la carta que lo acompañaba Garibaldi le afirma que, para él, ese trabajo de compilación había sido tan importante como las ideas de Mazzini o sus propias batallas para corporizar el sueño de la República de Italia.

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