7/10/10

Librería Bau (del aire); historia IV

BREVE CATÁLOGO ILUSTRADO DE LIBROS PERDIDOS -HISTORIAS CONTADAS POR EL BIBLIÓFILO HANS STAUFFENBERG EN SUS VISITAS A LA LIBRERÍA BAU (DEL AIRE) EN LOS PRIMEROS AÑOS DEL SIGLO XXI-

Debo confesar que la presencia del señor Stauffenberg en mi librería me provoca una repulsión que nunca antes había sentido por otro ser vivo.
   En realidad, aun hoy, tras ocho meses de verlo asomarse entre los libros de la vidriera al menos dos veces por mes, no puedo reprimir un gesto de desprecio ante sus ojos de reptil con cataratas, ante las serpientes labradas en su bastón, ante la lujuria con que, al entrar, su cuerpo envolverá los viejos ejemplares en busca de esas señas que los hacen únicos.
   Hay noches en que lo sueño en su biblioteca, sudando azufre y riéndose de mi ignorancia, acariciando un volumen codiciado por todos los bibliófilos del mundo y adquirido aquí, en mi librería, a precio de oferta. Pero lo soporto. Apenas me dedica su entrecortado “Buenas tardes” escondo la verdad detrás de una máscara de fría cortesía y, a veces, hasta le sonrío.
Porque cuando el señor Staunfferberg llega con ganas de hablar, deja en mi recuerdo historias como esta:

Del mismo modo que usted tiene al dinero, un objeto material, como a su deidad suprema, a principios del siglo XIX se formó una extraña secta denominada la “Cofradía de Johan Gensfleich”, secreta en su funcionamiento y selectiva en su admisión, integrada por escritores europeos que también entronaron como a su único dios a un objeto, a la más extraordinaria de las máquinas: la imprenta.
No es mucho lo que se sabe de la secta, sólo que aún en la actualidad perdura, que tiene como Hermano Mayor al italiano Umberto Eco y que su doctrina está basada en una compleja relación de hechos históricos y cambios sociales que comenzaron con la aparición del dios egipcio Thoth y culminaron un día de 1454 con la presentación de su invento por el irascible Gutenberg.
Parece ser que una de las máximas de la cofradía, en realidad, la única que se conoce, es que todos sus miembros, en cada uno de sus textos, deben veladamente referirse al dios. Por ejemplo, Victor Hugo, en “Notre-Dame de Paris”, hace que un personaje, con su primer libro impreso en sus manos, mire una catedral y diga: “Esto matará aquello”. Claves así se han descubierto en Kavafis, Ungaretti, Henry James, el norteamericano que se nacionalizó inglés para ser aceptado en la secta, Stevenson, Verne y mis compatriotas Wassermann y Klingen, entre los que ahora recuerdo.
Se sospecha que hace seis o siete años, ya con el papado de Eco, tuvieron su peor crisis. Ocurrió un cisma entre quienes querían conservar los límites europeos y los que querían abrirse al mundo literario.
Globalizarse, diría cualquier otro que no fuera yo.
Se cree que un grupo minoritario liderado por el comunista portugués José Saramago y el cronista de guerra español Pérez-Reverte se escindió, que adoptaron el nombre de “Los seguidores del Maestro de los Naipes” y que dieron lugar a los escritores de América, Asia y África. También se cree que para ellos editaron un catálogo con las claves europeas escondidas hasta esa fecha.
Se sabe que a quienes se lo entregan les informan que deben memorizarlo y devolverlo, que perderlo o repetirlo en público puede ser causal de calamidades. Por eso, entre los bibliófilos, cuando se habla de ese catálogo sagrado, se lo hace en voz baja y añorando algún día entrar a un lugar como este y encontrar uno mezclado entre las revistas “Selecciones”, que, quizá, es donde una persona como usted lo pondría.
Por eso es que ahora mismo, con su permiso, o sin él, voy a revisar ese canasto.

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