10/8/10

Librería Bau (del aire); historia II

BREVE CATÁLOGO ILUSTRADO DE LIBROS PERDIDOS
-HISTORIAS CONTADAS POR EL BIBLIÓFILO HANS STAUFFENBERG EN SUS VISITAS A LA LIBRERÍA BAU (DEL AIRE) EN LOS PRIMEROS AÑOS DEL SIGLO XXI-


   Debo confesar que la presencia del señor Stauffenberg en mi librería me provoca una repulsión que nunca antes había sentido por otro ser vivo.
   En realidad, aun hoy, tras ocho meses de verlo asomarse entre los libros de la vidriera al menos dos veces por mes, no puedo reprimir un gesto de desprecio ante sus ojos de reptil con cataratas, ante las serpientes labradas en su bastón, ante la lujuria con que, al entrar, su cuerpo envolverá los viejos ejemplares en busca de esas señas que los hacen únicos.
   Hay noches en que lo sueño en su biblioteca, sudando azufre y riéndose de mi ignorancia, acariciando un volumen codiciado por todos los bibliófilos del mundo y adquirido aquí, en mi librería, a precio de oferta. Pero lo soporto. Apenas me dedica su entrecortado “Buenas tardes” escondo la verdad detrás de una máscara de fría cortesía y, a veces, hasta le sonrío.
   Porque cuando el señor Staunfferberg llega con ganas de hablar, deja en mi recuerdo historias como esta:




   Entre los últimos meses de 1909 y los primeros de 1910, presumiblemente en alguna ciudad europea, el psicólogo suizo Carl Jung se entrevistó con el ilustre Alexis Kandantzakis, el rastreador de libros más eficaz de la historia.
   Kandantzakis contaba con un equipo de expertos en arte e impresión que le marcaban posibles senderos, y él, el cazador solitario, sin preocuparse por los kilómetros a recorrer, ni por los peligros que lo esperaban, ni por las reglas de la decencia, finalmente atrapaba a sus presas. Luego, con la más absoluta de las falsas modestias, el griego las entregaba personalmente a sus clientes en una caja de hierro magnetizada.
   Carl Jung, en aquel encuentro misterioso, le encargó a Kandantzakis “De Umbris Idearum” y “Cantus Circaeus”, ambos del gran Giordano Bruno, pero no de cualquier edición, sino de la de 1582, y no cualquier ejemplar de la edición de 1582, sino los dos con anotaciones manuscritas del autor y dedicados a Enrique III, rey de Francia.
   Intuyendo que usted es incapaz de encontrar la conexión entre Jung y Bruno, le diré que en estos libros se revelaban las técnicas de memorización utilizadas por los monjes de la orden de Santo Domingo. Jung soñaba, si se me permite en el suizo un verbo tan freudiano, con esas anotaciones extras.
   Se desconoce si Kandantzakis halló esos ejemplares. Se sabe que en abril de 1912 Jung estuvo dando una serie de conferencias en la ciudad de New York. También se sabe que, lamentablemente, Alexis Kandantzakis, en la misma época, fue el pasajero del camarote 33, cubierta A, del buque vapor de la compañía Estrella Blanca, RMS Titanic, en su viaje inaugural entre Southampton y New York, precisamente.

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