Benjamín salió apurado de la casa. Su familia, mientras
brindaba, pensó que el pobre Benjamín, el callado, el que leía libros, no había aguantado las ganas de salir a tirar
los cohetes.
Con el llavero que le había robado al borracho de su padre,
Benjamín cerró las puertas y comprobó que el pegamento se hubiera endurecido en
las ventanas.
Benjamín escuchó el estruendo del pesebre explotando. Espió
como el árbol se encendía, como el fuego se trepaba a las cortinas, como su
familia se desesperaba por el encierro.
Benjamín, corriendo calle abajo, sintiéndose libre, riendo,
les gritó: ¡Feliz Navidad!
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